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Era noche aquella... Noche densa. Noche de catacumbas. Los templos estaban abiertos. Pero... ¡los sagrarios solos! El Divino Prisionero estaba más preso que nunca, pues lo habían obligado a refugiarse en los pequeños recintos y en los humildes tabernáculos de los hogares, que en muchos lugares eran una cabaña y una sencilla portátil de madera, cartón u hojadelata.

La mayor parte de los fieles lloraban inconsolables la usencia de la Gran Presencia. Oraban fervorosos, y quizá en mayor cantidad que antes, cabe las imágenes de María o de los Santos. Pero sentían el vacío infinito de Jesús Eucaristía.

Por ellos su dolor era, en cierto modo, más grande que el de los primitivos cristianos de las catacumbas, porque estos se podían reunir todos en los subterráneos y allí se alimentaban del Pan Eucarístico, mientras que muchos católicos mexicanos de aquella hora sombría no podían tener este consuelo, ya que era imposible que todos pudiesen caber en los estrechos limites de un cuarto y además no podían ser avisados todos del lugar donde oficiaba el sacerdote por el peligro de que fuese descubierto y denunciado.

Era noche aquella. Noche densa. Noche más noche que la de las catacumbas.

En medio de las obscuridad estaba el Pastor, como un vigía desde atalaya. En efecto, Fray Elías del Socorro Nieves colocó su centro de operaciones en lo alto de la montaña, convirtiendo en templo una cueva de la barranca de el EL LEÑERO en el cerro de La Gavia.

Allí tenía su altar muy bien instalado y siempre ornamentado de flores silvestres lo mismo que el Sagrado Depósito, como aparece en una fotografía tomada el 15 de septiembre de 1927 -Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, patrona de La Cañada-, al impartir la Primera Comunión a varios niños y niñas. A sus fieles más piadosos los tenía distribuidos en siete grupos, a fin de que acudiesen a oír la Santa Misa el día de la semana que acada uno le tocaba. Hacia las tres de la mañana llegaban a la cueva por distintas veredas.

Los confesaba a todos, les predicaba y les impartía el Pan de los Ángeles. Cuando había mayor peligro suspendía temporalmente aquellas santas romerías, reanundandolas los más pronto posible. Ordinariamente vivía solo en la montaña, como un anacoreta, acompañado únicamente de su siervo fiel Ricardo Almanza, que era quien transmitía sus avisos a la feligresía. Solamente admitió que lo custodiasen algunos hombres armados por una temporada corta de unos dos meses, que fue el tiempo que estuvo a su lado su primo el P. Fr. Adeodato Castillo, Vicario fijo de San Nicolás de los Agustinos.

Por eso este Padre, en unos breves apuntes que hizo sobre unos quince hombres armados de fusiles. Pero, tan luego como se separó de allí su primo, el Padre Nieves licenció las guardas diciendoles que para defenderse, de cualquier agresión humana o diabólica, le bastaba Crucifijo.

Aquel buen pastor descendía todas las noches a su redil, para auxiliar a los enfermos, asistir a los matrimonios, confesar a los feligreses que no podían acudir a su cueva, y aprovechaba la oportunidad de predicarles la Palabra de Dios, consolandolos y fortaleciendolos en su fe. En este punto hay que poner de relieve que todos los testigos están acordes en afirmar que jamas los incitó a la rebelión armada contra el Gobierno.

Muy por el contrario, solía repetirles hasta la saciedad que, si algún día lo veían a él cautivo en medio de un pelotón de soldados, les rogaba por amor por la Religión. Estas enseñanzas y exhortaciones lo ponen a salvo de cualquier interpretación torcida de las causas que motivaron su sacrifico en aquellos días álgidos, ¿quién pondrá razonablemente en tela de juicio la pureza de su intención y su inmunidad de toda mistificación de la fe con las armas?

Se daría cuenta o no -se duda por el aislamiento de su soledad- de que los teólogos de Roma habían solucionado el caso México favorablemente a la licitud de la rebelión armada, puesto que el gobierno se había convertido en un injusto agresor. Lo cierto es que el prefería la actitud pasiva del mártir a la activa del héroe, como quiera que el martirio es un doble heroísmo.

Al margen de su actitud, y sin darle cuenta ninguna, los cañadenses se habian organizado para la defensa de la Religión, respondiendo al llamado general de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa.

Se adhieron al movimiento libertador que el General Gallegos encabezaba en el Estado de Guanajuato. Pero nunca fueron llamados a filas, sino algunos hombres aislados. Por otra parte , es necesario adveritr que, en todos los pueblos y rancherías de México, la mayor parte poseía armas para su defensa, pues nadie ignora que el bandolerismo era entonces mal endémico en nuestra patria. Todo este conjunto de datos evidentes nos da la explicacion de la relacion que los cañadenses tomaron en un acontecimiento que precedió con tres días al sacrificio del P. Nieves.

Al anochecer del miercoles 7 de marzo de 1928, llegaron a La Cañada soldados del tercer regimiento, al mando del Capitan Márquez, procedente de Valle se Santiago, Gto., cuyo comandante de policia Rafael Carmona lo acompañaba, juntamente con Ezequiel Ruiz, comisario ejidal de Victoria de Cortazar (antes Hacienda de la Zanja). Merodeaban por esos lugares en busca de unos abigeos, que habian robado una partida de ganado vacuno.

 Llegaron dierctos a lan Casa Cural, pero no en busca del Padre Nieves, sino con el propósito de hospedarse y pasar allí la noche. Como la encontraron cerrada, pidiendo la llave, que no se les pudo dar por hallarse el encargado ausente del pueblo. Entonces pretendieron abrir la puerta a barrazos, como lograron hacerlo. Cuando estaban en esa opración, acercandose Gregorio López Y nicolás Bernal -vecinos pacíficos-, suplicando al capitan que no fueran a destruir la puerta. Esto bastó para que les mandasen detener, como si fuesen sospechosos.

Apenas habia entrado la tropa al Curato,se oyeron detonaciones de fusil, al ritmo de un grito bélico: "¡Viva Gallegos!" Eran varios cañadenses, que indignados por la toma violenta del curato, se lanzaban a balazos contra los soldados.

Estos se parapetaron dentro y respondieron al fuego, trabandose un reñido tiroteo, que duró unas tres horas. Al fin se retiraron los cañadenses hacia las alturas del Culiacán. Resultando herido solamente un soldado. El capitán Márquez optó por marchar a Salvatierra, con el fin de comunicarse telefónicamente con el coronel Pineda, que era su inmediato superior y pedirle que obtuviese del general Leal un refuerzo para hacer frente a otra posible agresión de los cañadenses.

Antes de partir, a eso de las seis de la mañana, hizo fusilar a los dos infortunados prisioneros -Gregorio López Nicolás Bernal. Así terminó el incidente, dejando su estela de luto y pavor en las pocas familias que permanecieron en La Cañada, pues en su mayoría habían huido a la montaña.
Mientras tanto, el Padre Nieves, deses de su gruta de ermitaño, había oído el tiroteo, emtregándose a la oración toda la noche.

Afirma un testigo presencial, con reiterada insistencia, que al oir las detonaciones de las balas que asesinaron a los dos pacíficos cañadenses, el Padre exclamó:
- Acaban de matar a Gregorio Lopez y Nicolás Bernal, oremos por sus almas. Descansen en paz.

¿Cómo lo supo? Aunque el testigo aludido niega la conjetura, nosotros sin embrago podemos aventurarla, diciendo que alguno de los cañadenses fugitivos el pudo llevar la noticia de la presión de sus dos feligreses, él dedujo que los tiros mañaneros dieron cuenta trágica de aquellos infortunados.

Esta misma conjetura explicaría que le siguieron llegando noticias, porque después de celebrar la Santa misa les dijo a los circunstantes:

- Los puercos andan lamiendo y trompeando los cadáveres de Gregorio y Nicolás, porque están tirados en el atrio y no los dejan recoger. Oremos por sus almas. Descansen en paz.
Indudablemente esta tragedia y la amenaza de represalia, que se cernía sobre su pueblo, llenaron su corazón de angustia, porque alguien le vio lorar y repetir de hinojos ante el altar:

- Perdona, Señor, perdona a tu pueblo y no permitas que sea víctima de sus enemigos. Si para ello necesitas mi vida ya sabes que es tuya.

¿No sería esta oración la que salvó a La Cañada de los furores vindicativos de Márquez y compañia? Lo cierto es que no saquearon ni incendiaron casa alguna, ni aprehendieron a ninguno de los vecinos que permanecieron en el pueblo.

Actitud demasiado extraña para los hábitos poco escrupulosos, que los soldados de la Revolución habían adquirirdo en las entonces todavia recientes y aun actuales vindictas de fuego y sangre.

El único aprehendido y sacrificado fue el Padre Nieves, juntamente con dos hijos del pueblo, los hermanos Sierra.

Pero su aprehensión y sacrificio, como veremos enseguida - guiados siempre por los testigos presenciales-, no estuvo conectada en modo alguno con el incidente armado. Lo cual verá el lector con toda claridad al terminar de enterarse del último capitulo de esta historia.

Antes de evocar el desenlace del drama, es necesario advertir que tampoco los hermanos José Dolores y José de Jesús Sierra se encontraban inodados en el levantamiento de los cañadenses. Y este hecho incuestionable es una confirmación de la actitud pacifista del Padre Nieves.

Porque ambos hermanos eran quizá los feligreses que más frecuentaba el trato con su Pastor, puesto que lo visitaban casi diariamente en su refugio de la montaña donde oían Misa y se confesaban y comulgaban con frecuencia. Eran dueños, ¡juntamente con toros dos hermanos suyos que aún viven, de un pequeño rancho llamado San Pablo en la falda occidental de La Gavia.

Alli hospedaban con frecuencia al Padre en su casa y le atendían con gran solicitud y cariño. Podría decirse que aquel cristiano hogar era la Betania del Padre Nieves.

Como hombres del campo, expuestos en su aislamiento montarás a los asaltos de ladrones y otros peligros, tenían sus armas de fuego. Ni es, por lo mismo, extraño que en los testimonios salga por ahí a relucir cierto fusil 30-30, cuya súbita presencia parece haber ocasionado la aprehensión de los hermanos Sierra, pero no la del Padre que yo estaba prácticamente consumada.

Para cerrar esta décima tercera estación del Viacrucis del Padre Nieves, agregaré que el jueves 8 de marzo de 1928 permaneció todo el día en su cueva de El Leñero, entregado a un retiro espiritual. Y al anochecer bajó al rancho de San Pablo, con el fin de pernoctar allí y celebrar a sus buenos amigos la Misa del siguiente día, segundo Viernes de Cuaresma.

La Mano Providencial lo había llevado a ese lugar para cumplir sus designios -que eran los anhelos de Fray Elías- de hacerlo víctima por Dios y por las almas...



En la región suroriental del Estado de Guanajuato surgen dos montañas en pleno Bajío: Culiacán y La Gavia, de tres mil y dos mil metros de altura sobre el nivel del mar, respectivamente. El cerro del Culiacán es imponente y majestuoso, con su perfecta linea cónica, que le da un aire de prócer elegancia por todos los lados que se le contemple.

Su mole gigantesca esta surcada, en todas sus laderas, por barrancas profundas, pobladas de exhuberante vegetación y de rutas misteriosas, algunas de las cuales son verdaderos laberintos.

En el último tramo de su cuesta, desde La Silleta hasta la cumbre, hay manchas raídas de encinares y una alfombra policromada de anémonas. Enormes peñascos coronan su macizo y la cúspide es explana yerma, sombreada apenas por tres o cuatro robles centenarios y por la cruz de veinte metros de altura. Actualmente se levanta un torre de transmisiones.

La fantasía hispánica denominó Gavia al otro cerro quizá por su semejanza con una embarcación, cuyo mastelero mayor abre su vela a todos los vientos. Tal parece en efecto el peñón central de su cumbre, cuyos pies hay también un castillo natural formado de rocas.

Muy cerca de allí, en una encantadora explanada cubierta de vegetación, un rancho de unos mil habitantes da vida a la montaña que lleva su mismo nombre. Tiene también, como Culiacán, barrancas y grutas y, por su ladera sureña, desciende un cristalino arroyuelo que nace de un hontanar cimero.

En medio de estos dos hermosos cerros, muellemente recostado sobre la falda de Culiacán, vive tranquilo el poblado de la CAÑADA DE CARACHEO, llamada también de DOLORES por ser su Patrona la Divina Madre Dolorosa. Su nombre lo he encontrado una sola vez en un documento de 1649, entre la lista de la Doctrina de la Parroquia de Yuririhapúndaro.

Hasta 1891 fue erigida en la Vicaría fija de la misma Parroquia Yurirense, siendo su primer Vicario el R. P. Agustín Ballesteros, que construyó la primera capilla, que se conserva todavía no del todo arruinada, pues el frontis y todos los muros se encuentran en pie, aunque sin techos. Durante sus cincuenta y seis años de existencia, ha tenido dieciséis Vicarios fijos, de los cuales catorce han sido Agustinos y dos del Clero Diocesano en los diez años que cuenta de secularizada la Vicaria.

El Padre Fray Elías del Socorro Nieves fue su octavo Vicario y la regenteó durante siete años, tres meses y una semana (diciembre 2 de 1921 -marzo 10 de 1928). Allí desplegó sus energías apostólicas en lo espiritual y material. Su primera preocupación fue terminar el nuevo templo, que había comenzado y adelantado su antecesor inmediato el Padre Fray Ildefonso Ortega, ya que en los diecinueve años que duró allí (1902-19021) logró construir las dos torres y los muros de las tres naves hasta el arranque de las bóvedas, tocando a Fray Elías cerrar éstas, levantar la cúpula, edificar el altar mayor y los colaterales, decorar y pavimentar el sagrado recinto.

Todo lo cual quedó perfectamente concluido en el término de dos años escasos, pues en noviembre de 1923 el Excmo. y Rvmo. Sr Arzobispo de Morelia Dr. y Mtro. D. Leopoldo Ruiz y Flores se dignó bendecir la iglesia y consagrar el altar mayor.

Fue entonces cuando dijo el insigne Prelado: "Es una joya en un estercolero", refiriéndose  al contraste entre su belleza artística y la insignificancia del poblado. Pero, al levantar los ojos hacia la montaña de Culiacán se corrigió el mismo exclamando: "He dicho mal. Más bien debo decir que es joyel de arte incrustado en una joya de Dios".

En efecto, aquella catedral en miniatura (mide 32 mts. de longitud por 12 de anchura) se destaca graciosa sobre el fondo de la montaña, con sus dos torres ojivales de 23 metros de altura y su cúpula plateresca.

De este último estilo es también el interior  de la iglesia, que fulge como un precioso relicario. Dos años después, en 1925, -como un recuerdo del año santo-, colocó el reloj público, que marca las horas con resonancia musical por el eco de la montaña.

Todos los fondos para esas obras los obtuvo Fray Elías recorriendo la aldea de puerta en puerta, los mismo que los pocos ranchos de la jurisdicción, para recibir cinco o diez centavos semanarios  en cada una de las cabañas de sus pobrísimos feligreses.

La cañada tenía entonces aproximadamente mil habitantes que hoy se han triplicado. En las rancherías habría unos 2.000 en conjunto. De vez en cuando recibía alguna ayuda considerable de la familia Malagón, dueña de la Cañada y otras haciendas.

El continuo trato con sus feligreses tuvo el óptimo resultado de que los pudiese conocer a todos, no solo por su nombre, sino también por su carácter, índole y conducta, así como en sus necesidades materiales, sociales, morales y espirituales. Por eso, en su ministerio y apostolado, se iba cumpliendo al pie de la letra la parábola del BUEN PASTOR: "conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí". Sólo Dios sabe el bien y número que con ellos pudo realizar.

Se hacen lenguas todavía aquellas ovejas, relatando los sabios consejos, los paternales represiones, los socorros y las medicina corporales y espirituales que de su caridad inagotable recibían. Algunos llegan a decir que hasta milagros les hizo y, al efecto, narran hechos que, si se llegaran a verificar o autentificar, resultarían sobrenaturales y portentosos.

El Padre Nieves siguió fielmente el programa que San Pablo trazó a su discípulo San Timoteo: "Argúyeles, ruégales, repréndeles con toda paciencia y ciencia, porque vendrá el tiempo en que no les agradará la sana doctrina, sino que se entregarán a sus deseos carnales y, considerándose sus propios maestros, se taparán los oídos y los apartarán ciertamente de la verdad para volverlos a las fábulas de los hombres. Tú vigila, trabaja en todo, haz obra de evangelizador, cumple fielmente tu ministerio".

Todos los testimonios que hemos recogido, están acordes en presentarnos al Padre Nieves como el pastor vigilante, laborioso, evangélico, apostólico, tanto en la palabra como en los hechos. Sus represiones fueron interpretadas a veces como demasiado severas, sobre todo cuando empezó a invadir su feligresía la moda inmodesta femenina y la fiebre de diversiones cinematográficas que se hacían cada día más inmorales.

No puedo omitir a este respecto lo que me contó Don Andrés Malagón. En 1925 fue introducido en la Cañada el primer proyector cinematográfico contra la voluntad del Padre, que veía en ello un peligro moral para todos pero especialmente para la niñez y la juventud. Al pasar por el hogar donde lo estaban instalando, díjole Fray Elías a Don Andrés:

-Amigo, ya estuvo que yo tengo que morir pronto.

Fácil es comprender el íntimo significado de esta confesión en los labios de un Buen Pastor: "Yo doy mi vida por mis ovejas".

La estaba dando, gota a gota, en su ímprobo e infatigable apostolado: predicación homilética, catequesis de niños y adultos, organización de asociaciones pías, cuidado exquisito de los enfermos, administración limpia y devota de todos los Sacramentos, obras de misericordia, labor de concordia en los hogares, oración ferviente por sus feligreses y aquella inmolación total de si mismo, juntamente con la Víctima Inmaculada del Altar, como lo revelan sus antedichas palabras confidenciales.

¿Qué más podría hacer? Pudo más y lo hizo. Cuando en 1926 se dictaron las leyes sectarias de Calles, como todos sabemos, el Episcopado Nacional ordenó muy a su pesar que los sacerdotes se retiraran del culto público en los templos y administraran a sus fieles los servicios espirituales, como les fuese posible. Obedeciendo estas disposiciones, el Clero mexicano demostró ante Dios y los hombres su unidad inquebrantable y su adhesión heroica a la Silla de San Pedro.

La respuesta del Gobierno sectario fue una declarada persecución a los sacerdotes, mandándolos aprehender donde se encontrasen ejerciendo su ministerio, así fuese en el santuario inviolable del hogar o en las grutas de las montañas. Muchos fueron aprehendidos y reconcentrados en la Ciudad de México, mientras que otros fueron sacrificados, especialmente cuando en 1927, se desató la rebelión del pueblo católico mexicano en defensa de sus legítimos derechos religiosos.

Desde luego nadie podía obligar a los sacerdotes a permanecer en su puesto, ya que era necesario andar huyendo para escapar de la injusta persecución. Muchos, sin embargo, permanecieron fieles, aunque no manifiestos sino ocultos, al lado de su grey.

En este número se contó el Padre Nieves. Pudiendo atender a sus feligreses desde Cortazar, Celaya o Salvatierra -ciudades en que podría tener más garantías que en un rancho-, prefirió consciente y heroicamente quedarse en medio de sus ovejas, evocando una vez más con su actitud la parábola del Buen Pastor: "El mercenario, cuando ve llegar al lobo, huye por no ser propias las ovejas,; pero el buen pastor, que las amas como suyas que son, expone por ellas su vida".

Descripción detallada del sacrificio de los mártires de San Joaquín.

a) Contexto. Muchos sacerdotes que realizaban su ministerio sacerdotal en el bajío fueron víctimas de la persecución de Calles sobre todo al entrar en vigor su famosa ley.

En nuestra diócesis podemos contar al Beato Fray Elías del Socorro Nieves y a otros hombres de virtudes heroicas que entregaron su vida por la causa de Jesús, tal es el caso del Padre Pedro Razo, quien “con su vida sencilla edificó a sus feligreses y con su martirio dio lustre a la ciudad que debe su origen y sus glorias al clero” (Apuntes históricos de Dolores Hidalgo, J. Zacarías Barrón).

El Padre Razo fue párroco de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, en Dolores Hidalgo, del estado de Guanajuato, del 1904 – 1925. De igual manera, pero un tanto más olvidado por el tiempo, el Padre Enrique Contreras, quien fuera cura de la parroquia de Pozos, Gto., y quien fue sangrientamente martirizado entre los cerros de Catalán, (San Diego de la Unión Gto.)

Estos entre muchos ilustres casos dignos de mencionar. La orden arbitraria fue la de encarcelar a todos los sacerdotes que se encontraban en el foco de la rebelión de los estados de Jalisco, Guanajuato y Michoacán.

Esto colocó a los clérigos en situación difícil y peligrosa, pues de hecho se les consideraba responsables de todos los levantamientos y, por lo mismo, enemigos del régimen, a quienes había que exterminar. Esta orden llegó a la ciudad de León, Gto., el 7 de febrero de 1927.

Para poder seguir ejerciendo debían formar parte de una lista oficial del gobierno y así de los casi 200 sacerdotes nativos de Guanajuato en la época solo a 20 se les permitía ejercer libremente el ministerio de auí que unos emigraron y los sacerdotes que no emigraron a otros estados de la República tuvieron que esconderse y ejercer su ministerio aun con riesgo de perder la vida.

El Padre Trinidad por su parte, no aceptó inscribirse en el Registro, como se lo ordenaba el Presidente Municipal de Silao, más bien se retiró a una casa de la Ciudad de León. Sus superiores le piden trasladarse a San Francisco del Rincón, para ir al convento de las Hermanas Mínimas y celebrar los oficios de Semana Santa y guardar el Santísimo Sacramento para evitar profanaciones.

Para dominar el latente fervor religioso del pueblo leonés, el secretario de Guerra, el General Joaquín Amaro, envió después de una desairada visita que hizo a aquella ciudad, al general de brigada Brigadier Daniel Sánchez como jefe de la guarnición de la plaza de León.

Era este torvo militar, “hombre de mal corazón, clerófobo recalcitrante, amante de lo ajeno y por añadidura morfinómano”. Una frase suya, dicha a un sacerdote a quien no pudo fusilar, lo pinta de cuerpo entero: “De siete curas que han caído en mis manos, usted es el primero que se me escapa”.

El asalto al tren de Guadalajara y posteriormente el descarrilamiento causado por los mismos guerrilleros al tren militar del General Amarillas, jefe de las operaciones en el Estado de Guanajuato, sirvieron de oportuno pretexto al general Sánchez para cometer otro de los más soñados crímenes de aquellos días.

San Francisco del Rincón, pueblo pintoresco cercano a la Ciudad de León, que había caído durante unas horas en poder de los cristeros al iniciar estos su levantamiento en la región, era asediado constantemente por las guerrillas que operaban en sus alrededores, por lo que frecuentemente ordenaba al agente del Ministerio Público que efectuase cateos en los domicilios particulares de las gentes que sospechaba pudiesen estar en convivencia con los rebeldes.

En abril de 1927 el P. Rangel recibió una comunicación del Vicario general de la diócesis, haciéndole ver la conveniencia de que pasara a administrar los sacramentos a San Francisco del Rincón, que no tenía por entonces sacerdote.

En particular le pedía atender a unas religiosas durante los oficios de Semana Santa. Aunque el texto de la comunicación lo dejaba en libertad de ir o no, vio en los deseos de su superior la voluntad de Dios y fue. San Francisco del Rincón era muy peligroso por ser puerta de provisiones para los alzados y de pertrechos de guerra, ya que esta ciudad se ubica casi en límites de los estados de Guanajuato y Jalisco.

Al enterarse la señorita Josefina Alba, quiso intervenir para evitar tal destino; pero el ratificó su decisión diciendo que “aunque muriera, ante todo estaba el cumplimiento del deber.” Ya en San Francisco el Padre Rangel se hospedaba en casa de la Srita María Muñoz y sus sobrinas.

No hacia mucho que su hermano Agustín le aconsejó escapar de México y a pesar de su clásica timidez, Trinidad contestó con energía, “No me marcho a Estados Unidos” e igual a la señorita Muñoz, que le aconseja disimular su condición de sacerdote le ratifica “Mire señorita, esto no puede hacerse cuando llega la hora del martirio, porque yo quiero estar con nuestro Señor y me toca en éste momento,” “Si Dios quiere que muera a manos de los perseguidores, dijo, moriré aun cuando no fuera sacerdote; de modo que eso no es obstáculo.”

b) La detención. En la casa que fuera de los muy Ilustres canónigos Dn Manuel y don D. J, Trinidad Alba y que por entonces habitaban las señoritas Josefa y Jovita Alba, hermana y sobrina de los mencionados señores; se hospedaba el R.P. D. Andrés Solá (cmf) sacerdote de origen español, desde que el gobierno había dado la orden de expulsión para los sacerdotes extranjeros.

Cuando se dio la orden de aprehensión para los sacerdotes del estado de Guanajuato, Méx., se hospedó también ahí el R.P. Don J. Trinidad Rangel, procedente de Silao, donde fungía como rector del templo del Perdón.

Desde ahí ambos sacerdotes se dedicaron a ejercer su ministerio, según las circunstancias lo permitían a la vez que entablaron una cordial amistad y santo compañerismo Arreciaba en 1927 la persecución religiosa de Calles y en la ciudad de León, estado de Guanajuato, empezó a correr la alarma:

- ¡En San Francisco del Rincón han secuestrado y detenido al Padre Rangel! Era el 22 de abril, viernes de la octava de pascua.. Aconteció que la familia en cuya casa se había hospedo el P. Rangel, en San Francisco del Rincón, estaba incluida en la lista que el agente del ministerio Público había formado de las personas que el tomaba como contrarias al gobierno y sediciosas.

Por tal motivo se presentó con un puñado de soldados federales para catear la casa, pues creían que había ahí una reserva de armas destinadas a los cristeros.

Al penetrar los soldados a la casa, encontraron al P. Rangel junto a su escritorio, sin que desde luego lo identificaran. El padre Rangel no opuso resistencia a la orden de registro y él mismo se adelantó a abrir los roperos, sin que encontraran nada comprometedor, pero la figura humilde del sacerdote despertó las sospechas del jefe de la escolta y llamó a la dueña de la casa para decirle: ¡Este es un cura!

La dueña de la casa Srta. Muñoz, negó que lo fuese, pero el soldado insistió diciendo que su apariencia lo denunciaba y, por lo tanto, si no era cura, que lo demostrase. Y se lo llevó a la cárcel. En la cárcel se deja de todo disimulo y confiesa a sus secuestradores: “Si, soy sacerdote; me llamo Trinidad Rangel y he ejercido todos estos cargos ministeriales”

Esa misma noche, con tres arrestados más: el licenciado Dionisio Valdivia, Julio Orozco y José Quezada, fue conducido a la ciudad de León, y recluidos todos en una celda de su antiguo seminario, convertido en cuartel. Allí fue brutamente reprendido por el general Daniel Sánchez., quien le propina toda clase de injurias, y como dice el Sr. Valdivia, con palabras enteramente bajas, con una sarta de injurias expresadas en lenguaje enteramente vulgar y rastrero “repitiendo el disco rayado que contiene el repertorio de calumnias, injurias y ultrajes con que los eternos enemigos de la Iglesia han sabido denigrar y vituperar al clero” León Cristero pág. 40.

Y ahí esta nuestro amado beato, el Padre Rangel, imitando el gesto del Maestro ante el Sanedrín en la noche de la pasión: “…pero Jesús callaba…”, permaneció mudo con serenidad admirable, sin mover sus labios para nada, soportando todo con santa resignación.

Al día siguiente recuperaron su libertad los tres compañeros de prisión del sacerdote, y la noticia pronto llegó a oídos de las señoritas que lo asistían, en cuya casa también se hospedaba el sacerdote Andrés Solá. Al conocer la noticia, el padre Solá, en casa de las Alba, organizó la celebración de una hora santa y otras rogativas a las diez de la mañana.

Al final se le presentan decididas María Encarnación Esquivel y Ma. Refugio Martín, quienes con voz firme le solicitaron: “le parece bien que vayamos a la comandancia militar a pedir la libertad del padre Rangel”, el Padre Solá aprueba esta valiente decisión aunque les ordena: “Muy bien, no pierdan tiempo, pero antes vayan a visitar al Santísimo y pidan luz y fuerza”

Ya en la capilla encuentran arrodillado y absorto a Don Leonardo Pérez, a cuya oración se unen fervorosamente. Animadas por la fuerza de lo alto se presentan Encarnación y Refugio ante el general Daniel Sánchez, quien se enfureció de tal manera por la súplica que se le hacía, que llegó al grado de empuñar la pistola para amenazar a las espontáneas defensoras del sacerdote, quienes pidieron que, por lo menos, les permitieran llevarle de comer.

El general accedió a esa nueva súplica; más apenas hubieron salido del cuartel mandó tras ellas un piquete de soldados, diciéndoles: “¡Sigan a esas beatas!” y registren. Las buenas mujeres, sin darse cuenta de que las iban siguiendo, encaminaron sus pasos a la casa de las señoritas Alba para informar sobre el resultado de su generosa aventura. Apenas llegaron a la puerta, cuando uno de los soldados del general Sánchez tomó el brazo de una de las señoritas eludidas (Chonita).

Tocó él mismo la puerta, y al abrir una de las personas que estaban dentro, sin más, dio orden de pasar a las señoras; a poco entraron también los soldados. Al encontrar allí al padre Solá, al que desde tiempo a tras la policía le seguía los pasos, sin embargo ignoraban su paradero.

El Padre había celebrado la santa misa en ese día y vino a casa de las Alba para realizar una Hora Santa a fin de pedir por la libertad del P. Rangel, término el santo ejercicio dando la bendición con el Santísimo y dio la Sagrada Comunión, comulgando el Señor Leonardo Pérez, quien solía visitar aquella casa y participar de los bienes espirituales que allí se impartían.

Hacia el medio día llegaron, como ya hemos dicho los saldados con la finalidad de realizar un cateo, entraron en primer lugar al oratorio, en donde encontraron a Leonardo Pérez que prolongaba su acción de gracias por la Comunión, creyeron que era sacerdote y lo aprehendieron, muy a pesar del unánime testimonio de los circunstantes que probaban que no lo era.

El por su parte solo afirmó: “Sacerdote no lo soy, pero católico, apostólico y romano, eso sí.” Aunque decía la verdad, le traicionaba su semblante de santo. Los asaltantes arrasaron con todo signo religioso y hacían botín de manteles, ornamentos, cáliz, platillos, misal… y se llevaban el dinero que habían entregado al Padre Solá y por encargo de la curia diocesana debía repartir entre los sacerdotes escondidos.

El Padre Solá se encontraba en el instante saliendo de su habitación, al encontrarse con los soldados, preguntándole el oficial: “¿quién es usted, y por que esta aquí?, - “Soy un pasajero agente de comercio? - Y ¿dónde esta su habitación?, y haciendo una señal indicó cual era.

Al entre tanto volcaron el baúl, revolvieron los papeles y entre ellos encontraron una fotografía en la cual aparecía el P. Solá dando la primera comunión a una niña, así como otros objetos comprometedores, no hubo más que confesar la verdad con resignación y dar su nombre. Fueron conducidos al cuartel en un coche preparado para tal fin, el P. Solá y Don Leonardo Pérez.

Dejaban de momento en paz a las Señoritas Alba, aunque, su casa ha quedado custodiada por un fuerte número de soldados con la consigna de tomar por presos a los que lleguen ahí, y esa misma tarde aprisionarían allí a varios de los que frecuentaban aquella casa bendita para velar al Santísimo, ignorantes de lo que había ocurrido por la mañana.

Entre los detenidos se cuanta a don Leovigildo Marín, J. santiago Romo, y el Sr. Dn. Jesús Alba, (padre del Mons. Alba Palacios, que fuera obispo de Tehuantepec.), quien no se acobardó con las bravatas del general Sánchez, quien amenazando con fusilarle, le respondió aquel: “Si eso ha de ser, lo que siento es la tardanza”
Era el padre Andrés Solá Milist (claretiano) originario del municipio de Tarandeli, provincia de Barcelona, España, Su misma juventud le hacía ser confiado y optimista, a grado tal que, esa misma tarde fue condenado a muerte, junto con el padre Rangel y Leonardo Pérez Larios (nacido el 28 de agosto de 1883 en Lagos). Comenzaba la pasión de los tres confesores de Cristo: Un sacerdote diocesano, un misionero y un laico ejemplar.

c) La sentencia. Acusados de ser salteadores de trenes, El Padre Solá encaró al general Sánchez y le dijo: “Señor, séame lícito manifestar que no tengo más crimen, ni sé que haya cometido otro, que el de haber cumplido con mi deber de misionero. Sepan, pues, ustedes, que tanto por eso como por ser extranjero no me pueden fusilar”. A lo que lleno de ira y menos precio contestó el ignorante e injusto juez; también para los extranjeros tenemos balas.

Dicho lo siguiente. Entonces ese general revolucionario expidió el siguiente oficio para el general Joaquín Amaro, secretario de guerra: “Acabo de aprehender a tres cabecillas asalto tren general Amarillas, y tres curiosos más”.

A este mensaje respondió con despiadada crudeza el defensor militar de las instituciones callistas: “Lléveselos lugar descarrilamiento, fusílese a los tres, y a los curiosos escarmiénteseles y déjeseles libres”. Los tres jóvenes a que se hacía referencia en éstos mensajes había n sido apresados, al llegar a la casa de las señoritas Alba, por los soldados que la estaban custodiando. Los seis prisioneros fueron conducidos al tren de pasajeros, en góndola descubierta y acompañados de una escolta de cinco soldados.

Al llegar a Lagos se detuvo el tren y pudieron dormir allí mismo hasta la madrugada del día 25. Se reanudó el viaje hasta llegar a Encarnación; allí fueron bajados y pasados al tren explorador del general Amarillas, quien dio su visto bueno a la sentencia. d) La ejecución.

El tren seguía devorando Kilómetros hasta que se detuvo entre las estaciones de los Salas y Miura, pasado el poste 491 en el paraje del Rancho de San Joaquín, rumbo a Encarnación de Díaz, Jalisco; donde había descarrilado el Tren hacia dos noches y los trabajadores seguían aún, reparando los destrozos de la vía. Los mártires fueron fusilados a unos 30 Kilómetros de Lagos de Moreno,
El aspecto del paisaje – dice el señor don Isidoro Ch. – es sorprendente. Hay por una parte un elevado cerro con exuberante vegetación: es el lugar ocupado por las tropas del Gobierno en el combate del 23. Luego otro cerro que sirve de paso para la vía; y hacia abajo, arroyos, árboles, matorrales espesos y hierba, hasta llegar a la hondonada de donde arranca otra elevación.

En este sitio se ven gran multitud de cartuchos disparados en el mencionado combate. El general Amarillas, dio la orden de parar el tren en este preciso lugar, porque el fusilamiento había de servir para dar un escarmiento y aquí se produjo el fin.

La intención de Amarillas al escoger el lugar preciso de la ejecución, sería lo torcida que fuera, pero por providencia exquisita de Dios, a nosotros nos iba a proporcionar testigos de la fe. El jefe de la escolta obliga a bajar a los dos sacerdotes y a Leonardo; los tres jóvenes permanecieron en el vagón y, al descender dijo el Padre Solá “Rueguen por nosotros” y con voz apagada, oran por los que van a ser sacrificados.

Los tres sentenciados, seguidos por diez soldados y un oficial, bajan la hondonada; en el camino el P. Solá advierte a sus compañeros “ahora nos van a fusilar”; en el fondo hay un gran charco de petróleo perteneciente al tren asaltado.

Al borde les ordenan detenerse. Manda el oficial a las victimas den espaldas a ellos. Los que van a ser fusilados guardan silencio Se ponen en cruz después que disimuladamente se absuelven y absuelven a Leonardo; éste último dice que no es sacerdote; el padre Solá se dispone a hablar; pero las balas le hacen rodar por el suelo....

Eran las 8:45 de la mañana. Una detonación que repite la hondonada avisa a los de arriba que se ha cumplido la sentencia. Uno de aquellos tres jóvenes, al oír la descarga, se pone en pie y ve caer al padre, se sienta luego temblando...la emoción y el espanto no le dejan ver ya lo que pasa.

El Padre Rangel y Leonardo murieron de inmediato y el P. Solá, se revolcaba aún con vida en el charco de Chapopote. Los soldados despojaron a sus victimas de todo.

Les dieron el tiro de gracia, muy certero al Padre Rangel y a Leonardo, al Padre Solá apenas y le hizo una raspadura en el cráneo; creyéndolo muerto también subieron apresuradamente al tren y antes de partir ordenó el oficial a una brigada de ferrocarrileros que allí había, que quemaran los cadáveres. Al partir el tren bajaron los trabajadores Petronilo Flores, Miguel Rodríguez y otros más.

Al acercarse Petronilo oyó que el P. Solá le decía “Oye, ¿qué vas a hacer conmigo?”, “Nada señor”, le dijo; y el padre añadió: “¿ves esos dos muertos que están a mi lado? Uno es sacerdote de Silao, de la Iglesia del Perdón; yo soy sacerdote español, de León, somos sacerdotes y morimos por Jesús… morimos por Dios, estoy muy herido, muerto por Jesús”

Le dijo también que el otro – Leonardo - , no era sacerdote y le pidió que por caridad los enterraran La señorita Josefina Leal atestigua haber oído lo que el moribundo dijo a uno de los que se le acercaron compasivos: “No se olvide de hacer saber a mi madre, por el medio que pueda que he muerto, pero dígale también que tiene un hijo mártir”

Como Jesús en la cruz, también el Padre Solá tuvo un recuerdo especial para el ser más querido. El padre Solá sobrevivió dos horas más, sin poder moverse, desangrándose, sobrecogido por la calentura y atormentado por la sed, experimentando un verdadero suplicio. Los ferrocarrileros en lugar de quemar los cuerpos, cavaron tres sepulturas en las que depositaron los cuerpos.

Días de después, Manuel Pérez, hermano de Leonardo, obtuvo permiso para cambiar los cuerpos al panteón de lagos de Moreno, que era la población más cercana. Los cuerpos fueron exhumados y trasladados a lagos el 1 de Mayo del mismo año.

El permiso para exhumar los cuerpos incluía la advertencia de que debía ser cautelosamente, sin embrago los católicos piadosos de Lagos de Moreno, al darse cuenta de que los restos de aquellos hombres serían sepultados en el panteón de aquella ciudad jalisciense, corrieron la voz al grito de “ya vienen los mártires.”
Salían las gentes entusiasmadas y profundamente conmovidas, formando un numeroso cortejo en torno de los mártires; y la multitud fervorosa y reverente, se acercaba para verlos y tocar a ellos sus rosarios y toda clase de objetos piadosos. Calmado el fervor de los asistentes, los cuerpos fueron depositados en sus sepulcros.

Sin embrago aquellas sepulturas distintas para cada uno, pero cercanas entre sí eran algo provisional. Los fieles requerían a sus mártires en las Iglesia propias; y así los restos de Leonardo fueron trasladados de Lagos a León el 28 de abril de 1931 y colocados en la Iglesia de la Santísima Trinidad.

Posteriormente los restos del Padre José Trinidad Rangel, debidamente exhumados el 4 de mayo de 1932 serían trasladados a Silao y colocados en la Capilla de Santa Teresita del templo parroquial, hoy descansan en el Templo del Perdón, en el mismo municipio de Silao del estado de Guanajuato.

Beatificado el Padre José Trinidad Rangel y sus compañeros mártires el domingo 20 de junio a las cinco de la tarde. (Fin de la Tercera Parte)


Por el Pbro. José de Jesús Palacios Torres

Sacerdote ejemplar, martirizado en 1927 Nacido en Dolores Hidalgo, en la comunidad del Durazno, perteneciente a éste municipio.

Hijo del matrimonio formado por Don José Eduwiges Rangel y Doña Higinia Montaño, sencillos labradores, ejemplares cristianos y fervientes devotos y celadores del Sagrado Corazón; se conoce la existencia de un hermano suyo 20 años menor que el padre y quien años posteriores al martirio de su hermano fue presidente municipal de Silao, Guanajuato, Méx.


El Padre José Trinidad vio la luz de día el 4 de junio de 1887, vigilia de la Santísima Trinidad y fue bautizado en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, en el mismo municipio el día 9 de junio del mismo año; según consta en archivos parroquiales, Libro número 10 hoja 38, foja 298, siendo bautizado por el Pbro. Benigno Romero y firmando como cura párroco del lugar el Pbro. Dn. Luis G. Sierra, quien desempeñó este ministerio de 1885 a 1901.

Sus padres de condición muy humilde no le pudieron dar estudios especiales al hijo, pero pudieron infundir en su alma una piedad profunda, un amor grande a la virgen santísima y un apego muy especial a Jesús en la eucaristía recibida por primera vez a los siete años. Ya algo mayorcito y a pesar de la distancia del rancho a la ciudad, iba a recibir la comunión con asiduidad ejemplar.

Aprendió las primeras letras de su mismo padre, quien en medio de sus trabajos del campo se daba tiempo para enseñar a su hijo, mismo que no fue a la escuela sino por cortas temporadas en el mismo rancho de su domicilio.

Entre los testimonios que sobre él se encuentran se destaca el de su amigo don Julio Barcenas que lo conoció a lo largo de toda su vida y que manifiesta su testimonio de la siguiente manera: “Muy temeroso de Dios desde jovencito, sus costumbres fueron cristianas todo el tiempo hasta su muerte, nunca le vi disparatar, ni travesear con otros muchachos. En su exterior manifestaba su humildad interior, porque era muy sencillo en su modo de vestir y de hablar.

Fue una persona pura, casta y ni siquiera se le advirtió que tuviera una pequeña amistad con mujeres” (Mártires de San Joaquín, Pedro García cmf, 3 de agosto del 2004, pág. 10).

Hoy debemos considerar que las amistades de un sacerdote o de alguien que pretendiera señor era, en esta época muy difícil de entender sin riesgo de pensar que se estaba faltando a la pureza y a la castidad.

Otro testimonio es el de la señorita María Muñoz en cuya casa vivía escondido, en San Francisco del Rincón cuando lo secuestraron los soldados del gobierno, quien retrató a su protegido con pincelada magistral: “el ser sacerdote lo llevaba escrito en la frente” El mejor testigo, su hermano Agustín nos dice: “Piadoso a más no poder… me hacia levantar a las cuatro de la mañana, para rezar juntos las devociones primeras, antes de abrir la Iglesia para celebrar después la Santa misa.”

“Celoso de las almas, confesaba mucho, sin limite, pues si había muchos penitentes, no se levantaba del confesionario hasta que terminaba, aunque fuera muy noche” “caritativo, le vi siempre dar limosna…” Es evidente que Dios se preparaba un sacerdote bueno de veras y Trinidad sintió desde niño esa llamada al altar.

Pero la pobreza de la familia primero y después las leyes adversas del gobierno, iban retrazando casi indefinidamente la realización del ideal. Esta aspiración fue posible hasta los 20 años, al fin logró una beca para entrar en el seminario de León, como alumno interno.

El padre José D. Pérez nos refiere en su libro “León Cristero” que: “pidió él mismo su admisión al Señor Obispo en el Seminario de la diócesis, y habiendo sido admitido, hizo su viaje a pie a esta ciudad (de León) acompañado de su padre” (León Cristero, Pbro. José Dolores Pérez, 1988,) pág. 50.

Tenía la edad de 23 años cuando dio inicio la Revolución Mexicana el 20 de noviembre de 1910. Debido a la persecución carrancista que obligó al cierre de los seminarios en numerosas diócesis de la República Mexicana; dejó el seminario y regresó a su pueblo.

Años más tarde, al finalizar el año de 1914, Trinidad regresó a continuar sus estudios eclesiásticos viéndose obligado a terminarlos en Estados Unidos.

Con claro talento aunque con suma modestia, terminó sus estudios y fue ordenado sacerdote a los 32 años de edad, el 20 de abril de 1919, en la capilla del obispado de manos del prelado Mons. Emeterio Valverde y Téllez, cantó días después su primera Misa en Dolores Hidalgo, municipio del estado de Guanajuato. (Fin de la Primera Parte)


Por el Pbro. José de Jesús Palacios Torres

El que había sido seminarista ejemplar tenía que ser sacerdote santo. De labios de su hermano Agustín, sabemos que el Padre Trinidad Rangel, era obediente a sus superiores, sobre todo al obispo, aceptó siempre con docilidad todos los destinos. (Cfr.Pedro García cmf obra citada pág.11)

El que había sido seminarista ejemplar, tenía que ser sacerdote santo. Sus virtudes brillaban a los ojos de los fieles con gran admiración de éstos, su preocupación y entrega por la salvación de las almas fue excepcional, se dice de él que : “cuando fue Cura de la parroquia de Jaripitio, el lugar donde ordinariamente lo encontraban sus feligreses para el arreglo de asuntos ministeriales, era al pie del Sagrario, postrado en ferviente oración”(1) León Cristero, José Dolores Pérez, pág. 50

Desempeñó su ministerio en el centro catequístico de Lasalle en la parroquia del Sagrado Corazón León, vicario de la parroquia de Silao, vicario del Zangarro, en Marfil, comunidad de Ibarra.

Vicario en Ocampo, Guanajuato, pero residente en Ibarra, vicario de San Felipe, obligado a vivir en Ibarra de nuevo. Párroco en Jaripitío y luego vicario en Silao, Gto hasta 1926, donde también estuvo de Párroco sustituto, a la separación del Sr. Cura Don Cornelio Sierra.

Dejando éste su cargo pasó como capellán del templo del Perdón, cuando fueron expulsados los padres carmelitas; de donde salió para León y de allí a San Francisco del Rincón, Gto para hacer los oficios de Semana Santa a las Reverendas Madres Mínimas, por disposición del Sr. Vicario General, Lic. Don Eugenio Olaez Anda, quien era pariente del fundador de éstas religiosas (Pablo Anda).

¿Por qué Tantos cambios en muy corto tiempo de ministerio? El Padre Pedro García, parece adivinar la pregunta y refiere que: “estos no fueron por capricho de los superiores, ni incapacidad de Trinidad. Dios le permitió a su elegido, cargar con una cruz muy pesada, como fueron los escrúpulos de conciencia. Con un alma muy delicada tenía necesidad de confesarse continuamente, casi a diario y si no tenía a disposición un sacerdote que viviera a su lado, se veía obligado a cambiar de lugar.” (Cfr. Pedro García obra citada)

Todo Silao fue testigo de su bondad y aún vivían para el año 1961 personas que conocieron al pacífico, humilde, prudente y ejemplar sacerdote; Padre Trinidad. Destacándose por su piedad, visitaba diariamente al Santísimo Sacramento, ya en tiempos de la persecución, aumentó su fervor; y su encuentro con Jesús Eucaristía lo realizaba en la casa de las señoritas Alba, donde se había habilitado un oratorio y donde clandestinamente ejercía el ministerio.

El padre José Trinidad, fue considerado por los habitantes de Silao como un paisano más, por adopción, ya que recibieron las bendiciones y favores de su ministerio sacerdotal algunos años hasta antes de su muerte.

El padre José D. Pérez, en su obra citada refiere un hecho al parecer curioso, y a manera quizás de anécdota, pero que nos pinta de cuerpo entero a nuestro querido beato, sobre todo su humildad y mansedumbre sacerdotales “Un día, cierta mujer del pueblo le maltrataba en plena plaza pública, a causa de que se rehusaba a asistir el matrimonio de un hijo suyo, por no poder hacerlo según el código, pues no pasaba ni siquiera un día de las últimas proclamas; él con la cabeza inclinada y los ojos fijos en el suelo, oía pacientemente lo que aquella mujer le dijera; hasta que pasando por ahí el P. D. Lucas Sierra, y dándose cuenta de lo que sucedía, reprendió severamente a la mala educada y poco cristiana mujer” P. José D. Pérez, op. cit .pág. 50

Al describir la semblanza del Padre José Trinidad Rangel, no puedo pasar por alto el testimonio que nos refiere el padre “Peritos”, como cariñosamente llamaban sus alumnos y allegados al padre José D. Pérez; en su libro antes mencionado: “Oigamos lo que de su celo la señora Dña. Mercedes Viuda de R. “Fue el Padre Rangel una temporada Capellán de mi ranchito; y en ese tiempo no nos dio sino ejemplo de todas sus virtudes".

"Tenía mucho celo por su ministerio y por las almas. Los sábados solía dormir de día para confesar hasta muy entrada la noche; y el domingo muy temprano hacía lo propio, predicaba a los rancheritos en la Misa explicaciones del evangelio y doctrinales. Era muy modesto, humilde y entregado a su ministerio. Siempre oí al Ilmo. Señor Obispo y al Sr. Cura hacer grandes elogios de él: que no era tonto, sino humilde y modesto, que había hecho buena carrera. Cuando le oí hablar en el rancho, pude darme cuenta de que realmente era inteligente pero sin presunción”

En la época de convivencia con el P. Andrés Solá, ya en tiempos de la persecución, en casa de las hermanas Alba, fue puesta a prueba su virtud; esto debido al carácter extrovertido y bromista del P. Solá, pues él mismo lo reconoció diciendo a las señoritas Alba: “verdaderamente este hombre es un santo”

Sus restos estuvieron en el templo del Perdón, en Silao donde ejerció el ministerio, y fueron exhumados en 1999, desde entonces se encuentran en custodia en el Templo del Inmaculado Corazón, ubicado en la esquina de Álvaro Obregón y 20 de enero, en León, Gto., esperando la Resurrección de la carne y el juicio inexorable y equitativo del Rey inmortal, por quien entregó su vida. (Fin de la segunda parte)

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