DIOCESIS DE CELAYA, A. R.                
     C U R I A    E P I S C O P A L                          
     Apdo. 207 - Manuel Doblado 110                   CIRCULAR   12/2019
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Celaya, Gto.,  abril 3  de 2019.


A TODO EL PUEBLO QUE PEREGRINA EN LA DIÓCESIS DE CELAYA.

 “Yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando. ¿No lo notan?” Isaías 43, 19.

A pocos días de concluir el camino cuaresmal y de celebrar la pascua del Señor, como obispo de esta Iglesia diocesana, no quiero dejar pasar la ocasión para saludarlos y otorgarles mi bendición paternal.

Y al mismo tiempo les insto a no dejarse robar la esperanza porque es «verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldad que no ceden» en el espacio geográfico de nuestra diócesis y en todo el territorio nacional. Estos hechos oscurecen el presente y hacen cada vez más incierto el futuro. Pero el futuro que vendrá no podrá alcanzarse si abandonamos la fe en el Hijo de Dios, que continúa siendo la luz del mundo, hoy y siempre (Juan 8, 12; Hebreos 13, 8).
Además, es de sabios reconocer que después de la tormenta viene la calma, y quizás aún estemos en medio de la tormenta, «pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, obstinada e invencible», Evangelii Gaudium 276. Así que la crisis en la que nos encontramos no sólo es de tipo económica, política o social sino sobre todo se trata de una cuestión antropológica. Digo  esto dado que en cada una de las esferas de la vida social la persona humana sigue siendo el actor principal, Caritas in Veritate 75.

Los seres humanos de ayer como los de hoy continúan siendo llamados a la conversión, al paso decisivo de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Eso es lo que precisamente celebraremos en estos días santos. La pascua del Señor Jesús debe ser también nuestra pascua. Debemos morir a todo aquello que trae nuestra propia ruina y que genera situaciones injustas y abominables a los ojos de nuestro buen Padre Dios, tales como: suicidios, asesinatos, secuestros, negación de la vida con expresión a favor del aborto, violaciones, estafas, corrupciones, negligencias, etc. Conviene hacer un alto. Debemos preguntarnos si conviene estar coludidos con el mal, si debemos continuar con una vida corrupta no sólo en el plano económico, político y social, sino en el ámbito personal. Pareciera que atrás ha quedado una vida justa, ordenada y apacible.



En verdad, si queremos un cambio que beneficie a todos, si todavía en nuestras mentes y corazones está vivo el deseo del progreso o desarrollo de nuestros pueblos, de la diócesis y de todo el país, no debemos olvidar que el verdadero desarrollo no se reduce a traer suficiente dinero en el bolsillo, sino que éste para «ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre», Populorum Progressio 14. Necesitamos humanizar las obras de nuestras manos para que no terminen devorándonos. No puede existir verdadera humanización si alejamos de nuestra vida el amor, la verdad y la justicia. ¡Dios es Amor! ¡Dios es verdad! ¡Dios es justicia! (Cfr. 1 Juan 4, 6; Juan 14, 6 y Apocalipsis 22, 12). Es tiempo de que volvamos a Dios e iniciemos un renovado estilo de vida que beneficie a todos. Pues como nos enseñó san Juan Pablo II «El tiempo ofrecido a Cristo nunca es un tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda de nuestras relaciones y de nuestra vida», Dies Domini 7. Ya que «sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento. Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre», Caritas in Veritate 11 y 29.

Como Padre en la fe, permítanme  recordarles que no habrá una verdadera transformación para nuestros pueblos sin un profundo cambio de mentalidad y una auténtica conversión pastoral. Ya no debemos caminar solos, como seres que viven simplemente uno junto al otro. Urge que nos reconozcamos como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión, con una sola alma y corazón, que se abre generosamente al que sufre, que está presente con el que llora y se lamenta (Cfr. Caritas in Veritate 53); pues las injusticias de nuestro país no se pueden resolver sin la participación de todos: ¿Quieres paz? ¿Quieres seguridad? ¿Quieres libertad? Entonces trabaja por la Paz y haz del respeto tu bandera. Pues el señor Dios dice: «Yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando. ¿No lo notan?», Isaías 43,19. Ese algo nuevo no se hará realidad sino estamos preparados para recibirlo.

Reciban mi bendición y les pido que oren conmigo y por mi.


A t e n t a m e n t e



+ Benjamín Castillo Plascencia
Obispo de Celaya



 Pbro. Juan Galván Sánchez
                Canciller
Comisión Diocesana de Pastoral Para La Comunicación