Era noche aquella... Noche densa. Noche de catacumbas. Los templos estaban abiertos. Pero... ¡los sagrarios solos! El Divino Prisionero estaba más preso que nunca, pues lo habían obligado a refugiarse en los pequeños recintos y en los humildes tabernáculos de los hogares, que en muchos lugares eran una cabaña y una sencilla portátil de madera, cartón u hojadelata.
La mayor parte de los fieles lloraban inconsolables la usencia de la Gran Presencia. Oraban fervorosos, y quizá en mayor cantidad que antes, cabe las imágenes de María o de los Santos. Pero sentían el vacío infinito de Jesús Eucaristía.
Por ellos su dolor era, en cierto modo, más grande que el de los primitivos cristianos de las catacumbas, porque estos se podían reunir todos en los subterráneos y allí se alimentaban del Pan Eucarístico, mientras que muchos católicos mexicanos de aquella hora sombría no podían tener este consuelo, ya que era imposible que todos pudiesen caber en los estrechos limites de un cuarto y además no podían ser avisados todos del lugar donde oficiaba el sacerdote por el peligro de que fuese descubierto y denunciado.
Era noche aquella. Noche densa. Noche más noche que la de las catacumbas.
En medio de las obscuridad estaba el Pastor, como un vigía desde atalaya. En efecto, Fray Elías del Socorro Nieves colocó su centro de operaciones en lo alto de la montaña, convirtiendo en templo una cueva de la barranca de el EL LEÑERO en el cerro de La Gavia.
Allí tenía su altar muy bien instalado y siempre ornamentado de flores silvestres lo mismo que el Sagrado Depósito, como aparece en una fotografía tomada el 15 de septiembre de 1927 -Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, patrona de La Cañada-, al impartir la Primera Comunión a varios niños y niñas. A sus fieles más piadosos los tenía distribuidos en siete grupos, a fin de que acudiesen a oír la Santa Misa el día de la semana que acada uno le tocaba. Hacia las tres de la mañana llegaban a la cueva por distintas veredas.
Los confesaba a todos, les predicaba y les impartía el Pan de los Ángeles. Cuando había mayor peligro suspendía temporalmente aquellas santas romerías, reanundandolas los más pronto posible. Ordinariamente vivía solo en la montaña, como un anacoreta, acompañado únicamente de su siervo fiel Ricardo Almanza, que era quien transmitía sus avisos a la feligresía. Solamente admitió que lo custodiasen algunos hombres armados por una temporada corta de unos dos meses, que fue el tiempo que estuvo a su lado su primo el P. Fr. Adeodato Castillo, Vicario fijo de San Nicolás de los Agustinos.
Por eso este Padre, en unos breves apuntes que hizo sobre unos quince hombres armados de fusiles. Pero, tan luego como se separó de allí su primo, el Padre Nieves licenció las guardas diciendoles que para defenderse, de cualquier agresión humana o diabólica, le bastaba Crucifijo.
Aquel buen pastor descendía todas las noches a su redil, para auxiliar a los enfermos, asistir a los matrimonios, confesar a los feligreses que no podían acudir a su cueva, y aprovechaba la oportunidad de predicarles la Palabra de Dios, consolandolos y fortaleciendolos en su fe. En este punto hay que poner de relieve que todos los testigos están acordes en afirmar que jamas los incitó a la rebelión armada contra el Gobierno.
Muy por el contrario, solía repetirles hasta la saciedad que, si algún día lo veían a él cautivo en medio de un pelotón de soldados, les rogaba por amor por la Religión. Estas enseñanzas y exhortaciones lo ponen a salvo de cualquier interpretación torcida de las causas que motivaron su sacrifico en aquellos días álgidos, ¿quién pondrá razonablemente en tela de juicio la pureza de su intención y su inmunidad de toda mistificación de la fe con las armas?
Se daría cuenta o no -se duda por el aislamiento de su soledad- de que los teólogos de Roma habían solucionado el caso México favorablemente a la licitud de la rebelión armada, puesto que el gobierno se había convertido en un injusto agresor. Lo cierto es que el prefería la actitud pasiva del mártir a la activa del héroe, como quiera que el martirio es un doble heroísmo.
Al margen de su actitud, y sin darle cuenta ninguna, los cañadenses se habian organizado para la defensa de la Religión, respondiendo al llamado general de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa.
Se adhieron al movimiento libertador que el General Gallegos encabezaba en el Estado de Guanajuato. Pero nunca fueron llamados a filas, sino algunos hombres aislados. Por otra parte , es necesario adveritr que, en todos los pueblos y rancherías de México, la mayor parte poseía armas para su defensa, pues nadie ignora que el bandolerismo era entonces mal endémico en nuestra patria. Todo este conjunto de datos evidentes nos da la explicacion de la relacion que los cañadenses tomaron en un acontecimiento que precedió con tres días al sacrificio del P. Nieves.
Al anochecer del miercoles 7 de marzo de 1928, llegaron a La Cañada soldados del tercer regimiento, al mando del Capitan Márquez, procedente de Valle se Santiago, Gto., cuyo comandante de policia Rafael Carmona lo acompañaba, juntamente con Ezequiel Ruiz, comisario ejidal de Victoria de Cortazar (antes Hacienda de la Zanja). Merodeaban por esos lugares en busca de unos abigeos, que habian robado una partida de ganado vacuno.
Llegaron dierctos a lan Casa Cural, pero no en busca del Padre Nieves, sino con el propósito de hospedarse y pasar allí la noche. Como la encontraron cerrada, pidiendo la llave, que no se les pudo dar por hallarse el encargado ausente del pueblo. Entonces pretendieron abrir la puerta a barrazos, como lograron hacerlo. Cuando estaban en esa opración, acercandose Gregorio López Y nicolás Bernal -vecinos pacíficos-, suplicando al capitan que no fueran a destruir la puerta. Esto bastó para que les mandasen detener, como si fuesen sospechosos.
Apenas habia entrado la tropa al Curato,se oyeron detonaciones de fusil, al ritmo de un grito bélico: "¡Viva Gallegos!" Eran varios cañadenses, que indignados por la toma violenta del curato, se lanzaban a balazos contra los soldados.
Estos se parapetaron dentro y respondieron al fuego, trabandose un reñido tiroteo, que duró unas tres horas. Al fin se retiraron los cañadenses hacia las alturas del Culiacán. Resultando herido solamente un soldado. El capitán Márquez optó por marchar a Salvatierra, con el fin de comunicarse telefónicamente con el coronel Pineda, que era su inmediato superior y pedirle que obtuviese del general Leal un refuerzo para hacer frente a otra posible agresión de los cañadenses.
Antes de partir, a eso de las seis de la mañana, hizo fusilar a los dos infortunados prisioneros -Gregorio López Nicolás Bernal. Así terminó el incidente, dejando su estela de luto y pavor en las pocas familias que permanecieron en La Cañada, pues en su mayoría habían huido a la montaña.
Mientras tanto, el Padre Nieves, deses de su gruta de ermitaño, había oído el tiroteo, emtregándose a la oración toda la noche.
Afirma un testigo presencial, con reiterada insistencia, que al oir las detonaciones de las balas que asesinaron a los dos pacíficos cañadenses, el Padre exclamó:
- Acaban de matar a Gregorio Lopez y Nicolás Bernal, oremos por sus almas. Descansen en paz.
¿Cómo lo supo? Aunque el testigo aludido niega la conjetura, nosotros sin embrago podemos aventurarla, diciendo que alguno de los cañadenses fugitivos el pudo llevar la noticia de la presión de sus dos feligreses, él dedujo que los tiros mañaneros dieron cuenta trágica de aquellos infortunados.
Esta misma conjetura explicaría que le siguieron llegando noticias, porque después de celebrar la Santa misa les dijo a los circunstantes:
- Los puercos andan lamiendo y trompeando los cadáveres de Gregorio y Nicolás, porque están tirados en el atrio y no los dejan recoger. Oremos por sus almas. Descansen en paz.
Indudablemente esta tragedia y la amenaza de represalia, que se cernía sobre su pueblo, llenaron su corazón de angustia, porque alguien le vio lorar y repetir de hinojos ante el altar:
- Perdona, Señor, perdona a tu pueblo y no permitas que sea víctima de sus enemigos. Si para ello necesitas mi vida ya sabes que es tuya.
¿No sería esta oración la que salvó a La Cañada de los furores vindicativos de Márquez y compañia? Lo cierto es que no saquearon ni incendiaron casa alguna, ni aprehendieron a ninguno de los vecinos que permanecieron en el pueblo.
Actitud demasiado extraña para los hábitos poco escrupulosos, que los soldados de la Revolución habían adquirirdo en las entonces todavia recientes y aun actuales vindictas de fuego y sangre.
El único aprehendido y sacrificado fue el Padre Nieves, juntamente con dos hijos del pueblo, los hermanos Sierra.
Pero su aprehensión y sacrificio, como veremos enseguida - guiados siempre por los testigos presenciales-, no estuvo conectada en modo alguno con el incidente armado. Lo cual verá el lector con toda claridad al terminar de enterarse del último capitulo de esta historia.
Antes de evocar el desenlace del drama, es necesario advertir que tampoco los hermanos José Dolores y José de Jesús Sierra se encontraban inodados en el levantamiento de los cañadenses. Y este hecho incuestionable es una confirmación de la actitud pacifista del Padre Nieves.
Porque ambos hermanos eran quizá los feligreses que más frecuentaba el trato con su Pastor, puesto que lo visitaban casi diariamente en su refugio de la montaña donde oían Misa y se confesaban y comulgaban con frecuencia. Eran dueños, ¡juntamente con toros dos hermanos suyos que aún viven, de un pequeño rancho llamado San Pablo en la falda occidental de La Gavia.
Alli hospedaban con frecuencia al Padre en su casa y le atendían con gran solicitud y cariño. Podría decirse que aquel cristiano hogar era la Betania del Padre Nieves.
Como hombres del campo, expuestos en su aislamiento montarás a los asaltos de ladrones y otros peligros, tenían sus armas de fuego. Ni es, por lo mismo, extraño que en los testimonios salga por ahí a relucir cierto fusil 30-30, cuya súbita presencia parece haber ocasionado la aprehensión de los hermanos Sierra, pero no la del Padre que yo estaba prácticamente consumada.
Para cerrar esta décima tercera estación del Viacrucis del Padre Nieves, agregaré que el jueves 8 de marzo de 1928 permaneció todo el día en su cueva de El Leñero, entregado a un retiro espiritual. Y al anochecer bajó al rancho de San Pablo, con el fin de pernoctar allí y celebrar a sus buenos amigos la Misa del siguiente día, segundo Viernes de Cuaresma.
La Mano Providencial lo había llevado a ese lugar para cumplir sus designios -que eran los anhelos de Fray Elías- de hacerlo víctima por Dios y por las almas...