Un Dios para todos
Hermanos Franciscanos
1/05/2019 01:16:00 p. m.
Diocesis de Celaya
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Padre Carlos Sandoval
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Parroquia Sagrado Corazón - Celaya
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Reflexion del Domingo
Pbro. Carlos Sandoval Rangel
Fiesta de la Epifanía
La imagen del pesebre sigue presente y, desde ahí, seguimos aprendiendo la grandeza del misterio del niño que nos ha nacido. La fe de María y de José ha sido contundente en todo este acontecimiento. Con el amor más puro, no sólo han acogido al salvador del mundo, sino que además lo han presentado para todos. Hemos aprendido la humildad y la alegría de los pastores que se regocijan, van a verlo y comparten esta inaudita noticia.
Ahora aparecen los magos: “Unos magos de oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: ¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo” (Mt. 2, 1.2).
Se pueden subrayar dos dimensiones de la salvación expresadas en la presencia de los magos en el pesebre:
Una, el hecho de los magos envuelve elementos científicos, culturales y religiosos propios de los pueblos del oriente antiguo para darles un significado más alto a partir de la identidad y misión de Jesús, revelado en el pesebre. La salvación no es una cuestión meramente sentimental ni espiritualoide, sino algo que debe calar en el entender del ser humano. Por eso, la misma ciencia y demás expresiones culturales y religiosas encuentran su máximo sentido en la medida que se conectan con las verdades reveladas en Jesús. La fe cristiana no discrimina ningún esfuerzo humano que busca entender, solo clarifica y redimensiona. Ya decía San Juan Pablo II que la fe y la razón son como dos alas que elevan el espíritu humano hacia la contemplación de la verdad (Fe y Razón). Y eso es exactamente lo que sucede con los magos, que para su tiempo eran los hombres de ciencia.
En los países del entorno a Palestina, era común la ciencia astrológica y a partir de sus estudios, se tenía la firme convicción de que todo niño nacía en una coyuntura astral, por lo que todo niño tenía su estrella. Pero cuando aparecía una nueva estrella o se daba la combinación de dos, significaba que algo nuevo estaba por suceder, un cambio significativo venía para la historia humana. Por su parte, en la constelación persa, 7 años antes de la era cristiana se habrían conjugado Júpiter y Saturno. Júpiter era considerado universalmente como el astro soberano del universo; mientras que Saturno, para los babilónicos, era el astro de Siria y para los astrólogos helenistas era el astro de los judíos. De ahí que ante la conjugación de estos dos astros (planetas), los astrólogos del tiempo estuvieran atentos a algo nuevo, por lo que no dudaron en dar seguimiento a la aparición de una nueva estrella, la que les llevaría al portal de Belén.
Y la otra dimensión, que se desprende de la presencia de los magos, es que el Dios que se ha hecho presente en un niño envuelto en pañales, no es exclusivo de nadie. “Es un Dios para todos”. Por tradición, estos personajes representan las diversas razas de la tierra, por lo que ya no será sólo el Dios de Israel, sino de todos los hombres. Estos personajes ilustres vienen al pesebre con un fin muy preciso: ratificar, en nombre de todas las razas, la dignidad única del niño que ha nacido. Y nos enseñan algo extraordinario: reconocen al nuevo Rey, sin escandalizarse de su pobreza. Diferente a los doctores y a los especialistas en las Escrituras que no lo reconocieron. Los magos nos enseñan que la humildad y obediencia religiosa son sensibles a los signos de los tiempos y a la manera sencilla de manifestarse de Dios. Diferente a los que, por soberbia, creen saber mucho y se pierden de lo más sagrado, sencillo y trascendente de la vida.
Los magos nos enseñan que cualquier pueblo, raza o cultura puede reconocer, en el niño que nos ha nacido, al nuevo Rey del universo. Al Rey que trae nuevas reglas: el amor, la benevolencia, la tolerancia, la generosidad y todo lo que provoca hermandad. Es el Rey que viene para liberar. Por eso, como Rey, le ofrecieron el oro. En el niño reconocen al Dios que perdona y merece ser amado por encima de todas las cosas, por eso le ofrecen el incienso. Y le ofrecen la mirra porque reconocen en el niño Jesús al hombre que enseña, que humildemente viene para servir, que con su sufrimiento pagará el rescate de todos y que se hace presente (hoy en el Pan y el Vino).
Con este hecho, que exalta la identidad de Jesús, se dan por cumplidas las esperanzas judías, pero también las esperanzas de todos los hombres. Por eso, dice el profeta: “mira: las tinieblas cubren la tierra y espesa niebla envuelve a los pueblos; pero sobre ti resplandece el Señor y en ti se manifiesta su gloria” (Is. 60, 2).
¡Que te adoren, Señor, todos los pueblos!